Al conocerse la derrota de las tropas leales en Alcolea, la reina, acompañada por su esposo e hijos, pasaba la frontera francesa.
Se trasladó al palacio de Basilewsky, que más tarde recibirá el nombre de palacio de Castilla, en París. Comenzaban los años del exilio.
Isabel vivirá en París separada de su esposo y retirada de la política activa sin gozar ya de ningún tipo de protagonismo público.
Así permanecerá hasta el final de su vida.
Abdicó en 1870 al trono en favor de su hijo Alfonso, el futuro Alfonso XII.
No volvió a España salvo breves y esporádicas estancias pues,
Tras la restauración de 1874, Canovas, artífice del proceso, y su propio hijo, Alfonso XII, consideraron que era preferible para la estabilidad de la monarquía que ella permaneciese fuera del país.
En la mañana del 9 de abril de 1904, en su residencia parisina, fallecía Isabel II por unas complicaciones bronco-pulmonares producidas por una gripe.
Sus restos fueron trasladados al Escorial para darles más tarde sepultura en el Panteón de los Reyes.
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